# know the reason of his sadness

Maestro

Vamos a tomar esta violencia y a disfrazarla de un amor intenso
Punzada por punzada he armado el vestuario perfecto
¡Ah! Te paseas por el escenario y danzas con gracia, impresionas al público con tus maniobras
Quiero llegar ahí...quiero..
Trazos, sumas, clicks
Así es como haz venido a mi camino
Un poco de técnicas seductivas ¡Listo!
Un poco de ternura y dulzura femenina ¡Listo!
Demasiada discreción para un hombre, listo...
Es doloroso, pero aún no lo suficiente..
El espectáculo se ha derrumbado día tras día
Quiero que hagas esto, que todo se derrumbe...
Y de esa manera siempre descansaré junto a tus recuerdos...


Disgusted

...


Es como la heroína

Podía ser descrita como una criatura lógica y reservada, pero cuando él me sostenía la mirada, mi mente me convertía en una bestia caracterizada por pensamientos sanguinarios que se manifestaban a mil por hora. Me ahogaba con el jugo de naranja cada mañana por la disociación, y el niño solo miraba hacia el suelo. Me pregunto si es que él se sentía tan culpable como yo; su cabecita era pequeña, pero, sabía que tenía consciencia debajo de esas cascadas de cabello fino y rojizo. Se parecía a mí y era mío, se suponía que le debía el mundo.
Entró y salió de mí, pero ahora era algo distinto. Él no lo reconocía y creí que yo empezaba a no hacerlo tampoco. Ese no era mi hijo, no era la misma masa de carne que se ahogaba en llanto aquella madrugada. Ahora era una persona, un niño lindo que había tomado prestada mi apariencia sin mi consentimiento. Aún así, no podía decírselo a nadie, porque ellos lo vieron salir de mí y para ellos esa era la prueba suficiente de que, por lo tanto, era mío.
¿Qué hay de él? El niño también es suyo, pero no salió de él frente a otras personas, así que él si puede declarar a todo mundo el cuanto cree que ese niño no es suyo tal y como yo lo pienso pero callo. Yo si lo vi salir de él pero, aún así ¿Quién va a creer algo que vivimos en la intimidad de nuestra monótona habitación hace ya casi cinco años? Me volvería una demente.
Debía seguir alimentándolo tres o más veces al día y cada uno de ellos sin falta. Le daba cualquier cosa, y el niño lo comía con ansias, como si fuera la mayor delicia de este mundo. Quería llorar con cada cucharada que llevaba a sus labios, pero no me sentía triste, desconocía lo que era llorar por algo que iba más allá de una simple tristeza. Se ensuciaba las manos y yo se las limpiaba, se ensuciaba las mejillas y él aprendía a limpiárselas por sí mismo luego de aprender como lo hice con sus manos primero. Me aterraba lo rápido que aprendía e imitaba cada una de mis acciones. Tenerlo detrás de mí cada vez que regresaba a casa, observándome lleno de expectativas silenciosas que escondía tras sus grandes ojos azules y brillosos, me hacía sentir como una idiota. No podía hacer nada bien si él estaba cerca, porque sabía que él lo replicaría también algún día o se acercaría solo para examinarme. Era una plaga que dejaba evidencias de su estadía en mi casa por todas partes sin excepción: un oso de felpa sobre el sillón, crayones sobre mi mesita de noche, un champú infantil junto a la tina, y una habitación a la que no me atrevía a traspasar por ningún motivo.
No podía parar de odiar al hombre que vivía de manera más sutil en mi casa. Él había podido dudar de su pertenencia del niño hasta hace unos cuantos días, cuando los resultados de las pruebas tan solo confirmaron lo que ya sabíamos: era suyo, era mío. "Eres un idiota", recuerdo haberle dicho por haber gastado tanto dinero en esa estupidez. No tengo idea de cuando comenzó a vacilar tanto respecto a mí, pero, desde que tuve al niño junto a mí, ya no me pude preocupar por ello mientras no lo tuviera de frente. Tampoco entiendo cuando comencé a odiarlo, pues nos amábamos con locura hace un tiempo. Sin darme cuenta, desconocía ese amor que con tan pobre detalle recordaba siquiera.
Las noches ya contaban con una plantilla que ideamos los tres juntos. No lo soportaba mientras cenábamos, le aventaba algún sartén, él me lo tiraba de vuelta, y el niño lloraba por el miedo de ver como nos revolcábamos en el suelo tal gallos de pelea solo para que la mañana siguiente tomáramos café juntos frente a frente sobre el desayunador como un par de ancianos amargos. Y mentiría si dijera que no me sorprendía el hecho de que el niño, un imitador de primera, nunca había sido violento ni contra nosotros ni contra sus compañeros de clase. Era tímido y siempre iba por ahí abrazando un peluche con forma del erizo azul que estaba de moda hace unos años, cada que veía venir una paliza, se lo llevaba sobre sí como si se tratara de algún escudo ridículo. Ver su comportamiento me aliviaba, era tan distinto a mi propio carácter que cuando lo veía hacer eso tenía el impulso de acariciarle la cabeza.